¿Cómo esta Señor Presidente?

Hace algunos meses en un aeropuerto del Midwest americano divisé a lo lejos una persona que me llamo mucho la atención. Era un señor muy bien vestido, traía puesto un saco estilo western con corbatín muy formal. Era la típica estampa de uno de esos petroleros tejanos de los que estamos acostumbrados a ver en televisión. Mientras completaba el proceso de documentación para tomar mi vuelo pude escuchar su voz. Y me pregunte con aire de sospecha, ¿es Fox?  Tiene que ser el presidente. Estaba seguro. Soy músico. Tengo muy buen oído.
 
Cuanto tiempo no escuchamos su voz en tantos discursos—el acento tan campechano que lo caracterizaba, su cadencia lugareña y a veces un tanto ramplona. Una voz audaz que en su tiempo conecto con millones de mexicanos. El que venció al fantasma del “mal gobierno.” El caudillo de la alternancia. Volví a voltear a ver de reojo. Y si era el. (Era el más alto de todos). Sin ánimo de querer invadir su privacidad lo salude a lo lejos como a  un amigo de esos que conocemos tan bien que basta un chiflido o cualquier ademán para cumplir con el protocolo. Pero el se acerco a saludarme personalmente (¿Que curioso es que cuando dos mexicanos en el extranjero se encuentran es como si toda la vida se hubieran conocido?)
 
¿Cómo esta Señor Presidente? “Estoy varado…” “Resulta que mi vuelo esta cancelado,” me dijo con tonada de infortunio al mismo tiempo que hablaba por bluetooth tratando de buscar otra ruta o que alguien le ayudara llegar a su destino. El fue muy gentil de compartir un momento conmigo. De ofrecerme un apretón de manos. No hubo tiempo para una foto. Tampoco para contarle que hace 14 años cuando el todavía no era presidente comimos tortillas de harina juntos o que lo vi cuando se quito sus botas para dárselas a una persona que se lo ocurrió decirle que estaban “muy padres.” Me regaló su tarjeta de presentación y me pidió que no dejara de visitar el Centro Fox, la  biblioteca que construyó en el Rancho San Cristóbal de Guanajuato al terminar su mandato.
 
El Presidente, al parecer, venia solo. Sin alardes ni escoltas. Como una persona más que espera un vuelo y que a veces se le cancela. Estaba ahí varado, como yo, como todos. En ese momento me di cuenta que todos, sea cual sea nuestro destino, vamos pedaleando juntos en el pasaje de la vida. Que el poder no es más que una ilusión que se esfuma tan rápido como un instante en una sala de espera. Y que lo más importante, para no perder nuestra esencia, es saber cultivar el afán de las memorias compartidas.

Septiembre de 2014 

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