El reto de aprender (y enseñar) a dirigir

 

Los jóvenes aprenden de las orquestas en formación… 


Por José Luis Hernández-Estrada

Entre las responsabilidades que se me asignaron dentro de mi reciente visita al Sistema Nacional de Coros y Orquestas juveniles de Venezuela destacó la impartición de un taller para diez jóvenes directores orquestales con sede en el núcleo rural de Mamporal. El grupo estuvo compuesto por algunos integrantes ya con preparación y experiencia en la dirección orquestal. Y otras nuevas batutas con poca experiencia pero con amplia pericia en su instrumento musical. Además de trabajar dentro un plano teórico y artístico tuvimos también la oportunidad de reflexionar sobre ideas en torno a la concertación comunitaria y el liderazgo social. Vi en ellos a un grupo sólido con una hermosa vocación musical y de servicio.  

En Venezuela existe ya una gran escuela en torno a la materia. Basta revisar los éxitos internacionales de algunos de sus integrantes de mayor proyección: Dudamel, Matheuz, Paredes, entre otros. El trabajo de los pedagogos venezolanos iniciado por José Antonio Abreu y seguido con igual devoción por Teresa Hernández, Felipe Izcaray, Gregory Carreño, entre otros, ha cobrado particular trascendencia a raíz de los objetivos propuestos y metas alcanzadas. Se esta formando—por necesidad y convicción—una cantera importante de talentos que aspiren a cumplir con las expectativas de expansión del Sistema y masificación de su creciente excelencia artística. 
 
Habiendo casi una infinidad de orquestas con las cuales los estudiantes pueden practicar, los postulantes al podio comienzan desde muy temprana edad. Cosa que no sucede en ninguna otra parte del mundo. (Tan solo en los conservatorios y universidades norte americanas, los estudios formales de dirección orquestal no aparecen hasta el grado de maestría). En la gran mayoría de los casos estos nuevos talentos venezolanos surgen de las filas de las orquestas manifestando su liderazgo de manera natural—solicitando más responsabilidades, asimilando su arte con mayor profundidad, y comenzando a imaginar su relación para con sus compañeros dentro de una dinámica de acción social. Asimilar esta visión del director no solo como músico, si no como agente social, adquiere importancia dentro de la didáctica musical. 
 
Dice el maestro Abreu que para gestar un director debe existir una ambición de liderazgo acentuada por la humildad. Debe oír todo y oírlo bien. También debe de ser un autodidacta voraz. Debe de saber controlar el tempo. Y revelar sus errores como una experiencia viva que otorgue nuevas soluciones. El maestro mexicano Eduardo Mata concebía la dirección orquestal como un acto de creación—“La música no existe hasta que suena…es decir, hasta que el interprete la realiza en el tiempo.” Daniel Barenboim apunta hacia un universo pragmático al decir que la disciplina consiste primordialmente en “educar el oído.” Leonard Bernstein en uno de sus aforismos dionisíacos se refiere a que uno no debe hacer música, debe ser la música.
 
De vuelta a nuestro taller, asimilo el reto con alto compromiso, ¿Como se enseña a dirigir? Aún cuando existen textos académicos, análisis, y observaciones de expertos que nos muestran técnicas pedagógicas es difícil diseñar un plan académico que pueda ser aplicado a todos los alumnos por igual. La realidad es que cada futuro director es único y sus anheles son distintos. Cada uno se asoma al podio con su propia fuerza y pulso interior. Este se va perfeccionando con el tiempo, la experiencia, y el estudio profundo de las partituras (dentro de su contexto tanto histórico como estilístico). Para sentir la música hay que sentirse parte de la plasticidad del sonido. A medida que las armonías transcurren en el espacio-tiempo, el director debe de ser sensible a sus señales y permutas, moldeándolas con sus manos y su gesto. Y para lograr esa hazaña debe saber escuchar, que ineludiblemente es lo mas difícil de lograr. Todo gira en torno a la audición aguda y perspicaz. ¿Todo eso se puede enseñar?
 
Creo que en gran medida esto depende del alumno y su sensibilidad. Eso si, debe de haber logrado un alto nivel en su instrumento principal que le permita generar una estética sonora propia, también una actitud de servicio hacia la música, y un compromiso con la idea de que cómo director se tiene que ganar su oficio a través de la paciencia y la constancia. Más importante aún, generar e interiorizar (con el tiempo) ideas claras de lo que se quiere comunicar. Al finalizar el taller, una de mis alumnas me decía cuan difícil era todo eso. Nunca pensó que algo que pareciera ser tan fácil a la vista fuera tan complejo en la práctica. Habiendo escuchado su dilema, creo que logramos cumplir con el objetivo pedagógico que nos propusimos todos—el de reconocernos como un producto inacabado. “Es un proceso,” le dije. “Cada quien va encontrando el rumbo para alimentar la conciencia del líder que llevamos dentro.” 

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