Mahler en Mamporal

Aún cuando el ensayo ha terminado, la música sigue sonando...


Eran las tres de la tarde en punto y comenzaba mi primer ensayo con la orquesta sinfónica de la juventud Barloventeña. En Mamporal de Tacarigua. Un poblado encumbrado entre cerros y pastizales verdes—aledaño al mar abierto. Muy cerca de la misma tierra que vio nacer al libertador Simón Bolívar hace poco más de doscientos años. Para llegar ahí desde Caracas hay que bajar hasta Guarenas, después a Guatire, y finalmente en el momento que el aire se siente más puro y limpio, doblas hacia un paraje rural que te lleva directo al pueblo. La casa de la orquesta, humilde, con acabados rústicos. Y como los ensayos se realizan en salones con suelo de barro y techos de lámina el calor es fuerte.                  

Justo sobre la hora un joven de mirada risueña con arco y violín en mano me pregunta, “¿Que vamos a estudiar hoy?”
 
“Mahler,” le respondí (con voz de asombro).
 
Si. Música de Gustav Mahler. La música de los paisajes coloridos e infinitos. La del amor y  la resurrección. La más compleja de todas. ¿Cuanto trabajo cuesta llegar a dominar tan imponentes partituras? Puede uno tardar una vida entera solo atreverse a dialogar con ese arte. Pero ahí en el recóndito pueblo, a pesar de las carencias, no hay nada que detenga el valor por enfrentarse a la magnitud de esos retos. El sacrificio de muchos para llegar ahí es enorme. Algunos que viven en caseríos tierra adentro hacen hasta dos horas solo para llegar al ensayo. Los maestros que los enseñan (muchos de ellos de su misma edad) lo hacen con una devoción y orgullo que anima el espíritu de lucha de todos los que comparten el núcleo musical.
 
Antes de proseguir con el relato tengo que confesar algo. Yo no creía que una orquesta alejada de la ciudad capital, con pocos maestros y recursos pudiera abordar un repertorio tan sofisticado. No es normal que una orquesta juvenil toque la Segunda Sinfonía de Mahler. Pero El Sistema nunca deja de sorprender. ¿Cuál es el secreto? Es la pregunta que hacen constantemente educadores, cultores, y embajadores de todo el mundo.
 
Siempre me ha llamado la atención el deseo por aprender entre los jóvenes músicos venezolanos. En los ensayos puedo ver que los músicos están siempre al filo de sus sillas listos para descifrar el gesto y recibir alguna nueva idea. En los pasillos los jóvenes te abordan constantemente para disipar dudas. Para un profesor no hay nada más grato que saber que la instrucción es bien recibida y muchas veces atesorada. ¿Que los motiva a querer aprender música tan religiosamente?
 
Creo que uno de los grandes logros del proyecto entre los jóvenes tiene que ver con lo que pudiéramos llamar la edificación de su espíritu humanístico. Me refiero a que la música que ellos tocan dentro del contexto social en el que se practica se vuelve mucho mas que un arte sui géneris. La experiencia de compartir las narrativas sonoras que evocan las partituras se vuelve una necesidad (a veces de carácter urgente) dentro su cotidianidad. Mas allá de adquirir una técnica o proeza musical, cada miembro de una orquesta vislumbra el punto de encuentro hacia la construcción de su ser interior. Es así como la orquesta en su conjunto se vuelve un engranaje de motivación idóneo porque a medida que transcurre el tiempo se llega un poco mas cerca a la perfección. Toda esa experiencia de lucha es transferible a múltiples dominios de acción dentro y fuera de la música. Esa es la base de la visión Abreuista al postular la formación de mejores seres humanos a través de la educación estética.
 
Dentro del transcurso del ensayo me viene a la mente todo esto. Y aprendo de los jóvenes que la oportunidad de hacer música es una experiencia que nos va transformado a todos a raíz de su pulso y el nuestro. Y pondero la idea de que si Gustav Mahler estuviera con nosotros diría que así había imaginado su música—con el tesón y alegría que le imprimen las orquestas del sistema venezolano. Al ver los semblantes radiantes de los noveles músicos comienzo a creer nuevamente en nuestra capacidad por alcanzar objetivos fantásticos. Me vuelvo más optimista sobre nuestro futuro. Y me llena el alma de una riqueza espiritual que me hace sentir libre y sereno. “Da capo, una vez más, con fuerza,” les digo. Vamos a conquistar el destino.
 
Caracas, Venezuela - Septiembre, 2014. 

Este texto es dedicado a mis amigos y colegas queridos de la FundaMusical Simón Bolívar. A los alumnos y maestros de Mamporal. A nuestra unión  y lazos de amistad. Gracias a todos. 

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